miércoles, 16 de junio de 2010

El problema de vivienda.

Editorial de "El Pais" 16-03-2010.

De acuerdo con algunas mediciones, el Uruguay figura a la cabeza de Latinoamérica en porcentaje de viviendas desocupadas, que representarían el 18,8% del total. En esa tabla lo siguen Argentina (15,5%), Paraguay (11%) y Colombia (10,3%), mientras Venezuela es la que tiene menos casas vacías (3,7%). Según la Encuesta Nacional de Hogares, en todo el Uruguay existían 1.274.052 viviendas, de acuerdo a los datos del censo de 2004, de las cuales 1.033.813 estaban ocupadas, mientras 240.239 se consideraban entonces deshabitadas. Esas cifras resultan por un lado discutibles y por otro lado contradictorias, considerando que no todas las desocupadas lo están realmente, y que el país tiene un elevado déficit habitacional que parecería desmentir los cálculos.
En efecto, 174.000 uruguayos viven en asentamientos irregulares y se requerirían unas 80.000 casas para satisfacer esa necesidad de los sectores marginales. Dichas estimaciones destacan que en el país hay 15.000 hogares que carecen de baño y añaden que en términos generales sólo el 37% de las viviendas se encuentran en buen estado de construcción y mantenimiento, siempre según aquella Encuesta. Claro que, como señala atinadamente un jerarca del Ministerio de Vivienda, el déficit habitacional se contrapone a la elevada disponibilidad de casas desocupadas, pero en esta categoría una mitad -cerca de 120.000- corresponde al uso temporal de sus propietarios, mayormente para veranear, lo cual convierte dicha clasificación en algo cuestionable, apenas determinado por el hecho de que no estén ocupadas constantemente, aunque se encuentran equipadas para que se las habite en cualquier momento. Del resto (las que realmente están vacías), solamente unas 48.000 se ofrecen en venta o alquiler en el mercado, mientras que otras 15.000 se encuentran en proceso de construcción. Ese pormenor relativiza el impacto de las cifras generales.
El Ministerio considera asimismo que la solución no radica en levantar muchas más viviendas, sino en facilitar créditos para la compra de las que ya existen, abriendo así las transacciones inmobiliarias a una franja social de bajos recursos. De todas maneras, el problema preocupa visiblemente a la clase política, enfrentada a las penosas condiciones habitacionales del 5% de la población que sobrevive excluido de todo acceso al mercado respectivo. Como respuesta a ese desafío, el Poder Ejecutivo ha propuesto un plan que denomina "Juntos", destinado a proveer viviendas a los más pobres, cuyos recursos provendrían de la venta de bienes del Estado y -vagamente- de la solidaridad de los particulares. La idea es alentadora, aunque por el momento está en su etapa embrionaria.
Pero el Uruguay no es una excepción en materia de vivienda. La crisis financiera internacional que creció a partir de fines de 2008, golpeó duramente al negocio inmobiliario y ha generado cuadros gravísimos en Estados Unidos y España, por ejemplo. Al desplomarse las hipotecas "subprime" en el primero de esos países, se produjo una oleada de embargos y desalojos por falta de pago de los endeudados propietarios. Eso ha llevado el total de casas vacías en Estados Unidos a 19 millones, multiplicando de paso otros problemas. El principal es el temor ante la eventualidad de ocupaciones ilegales, con el consiguiente descalabro social de algunos barrios. Esa misma crisis paralizó en España las obras en construcción, castigando severamente el ritmo de compraventas, por no hablar del masivo desempleo derivado de tal declive.
Mientras tanto el Uruguay vive su paradoja, con muchas casas vacías (que también son una bomba de tiempo ante posibles invasores precarios) y una creciente población hacinada en asentamientos. El último censo nacional ofrece otras precisiones nada tranquilizadoras, como un crecimiento del 72% de casas y apartamentos desocupados entre 1996 y 2004, mayormente en zonas montevideanas que han perdido habitantes, como Ciudad Vieja, Centro, la Aguada o la Unión. De aquí en adelante, queda pendiente la urgencia por enderezar esa balanza.

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